Hace poco compartí
en mi Facebook, algo que generó mucho interés, se trataba de una entrada sobre la
indefensión aprendida.
No sé si conocéis
el concepto de “indefensión aprendida”; viene a describir, que cuando uno
intenta algo muchas veces, con todo su entusiasmo y todos sus recursos y no lo
consigue no sólo se frustra sino que además aprende algo sobre sí mismo y es
“no soy capaz”; este “no soy capaz” se va impregnando cada vez más con los
diferentes intentos frustrados y finalmente se tiene tan asumido que se acaba
convirtiendo en un “no voy a intentarlo”. Esto tiene mucho sentido, ya que si
yo lo he intentado tanto cómo podía y jamás ha dado resultado, si yo ya he
comprendido que no soy capaz de hacer aquello ¿Por qué debería seguir
intentándolo? ¿Para frustrarme cada vez más? ¿Para volverme a asegurar de qué
realmente no soy capaz?
Este concepto tiene
un calado muy importante, ya que a partir del momento en que uno empieza a considerarse
a sí mismo incapaz, esto tiene repercusiones en su autoestima, su autoconcepto
y en su motivación. (Es por esto, que se acaba recurriendo a no intentarlo: ya
que si se sigue intentando, una vez tras otra esperamos encontrarnos con el
fracaso y que de nuevo la autoestima, el autoconcepto y la motivación, salgan
dañadas; en una estrategia por preservarlas, se deja de intentar).
Desgraciadamente
esto es lo que aprenden muchos niños con problemas cuando sus problemas no son
tratados; por ejemplo, un niño con problemas atencionales al que no se le da ninguna
ayuda para mantener su atención fijada, o del que ni siquiera se llega a
detectar que hay un problema atencional, no sólo se sentirá incapaz sino que
además es muy probable que reciba comentarios negativos sobre su forma de ser,
(ya que es probable que los otros le juzguen sin saber qué pasa realmente). En
este caso deberemos pensar, que aquellos otros que le hacen comentarios están poniendo
palabras (que pueden estar muy equivocadas) a su experiencia, y que el niño,
que aún no tiene mucho recorrido, acogerá esas palabras para definir su
experiencia y por tanto a sí mismo. En este ejemplo, no es difícil encontrar a
niños con problemas de atención que han sido descritos por figuras que ellos
consideraban importantes (cómo pueden ser maestros, compañeros, familiares…)
cómo vagos. Aquellos que incorporan esto en su autoconcepto, pasan
posteriormente a llamarse así ellos mismos, y esto puede ayudar a que
posteriormente actúen de esa forma y se justifiquen a sí mismos mediante el
autoconcepto “No, es que yo… soy un vago…”. Si os fijáis se acaba creando un
círculo negativo muy difícil de romper, y cuanto más tiempo lleva “circulando”
más complicado de romper es aún, ya que el niño incorpora cada vez más y más
evidencias de que aquello es cómo cree que es (y cómo actúa en consecuencia a
lo que cree).
Una de las
preguntas que surgió a partir de esto iba relacionada con cómo evitar sentir la
frustración que se genera: creo que el sentimiento de frustración cuando
intentas algo con todas tus ilusiones y no te sale es inevitable. Lo que si
podemos hacer es intentar que esta frustración se pueda usar de forma positiva,
(para ayudar a mejorar y adquirir estrategias para luego poder hacer frente a aquella
dificultad, más preparados y superarla) o ayudar a aceptar los límites propios,
aceptar que no siempre se puede conseguir todo y ayudar a ver aquellas cosas
que sí puede conseguir. Se optará por una opción o la otra dependiendo de la
persona, de la situación, de aquello que le haya frustrado, del empeño que haya
puesto…
Esto no sólo sucede
en los casos de problemas de aprendizaje, también puede pasar en los niños con
otros tipos de problemas, cómo pueden ser los problemas con el estado de ánimo,
o los de comportamiento. Por ejemplo un niño que no es capaz de controlar su
ira, y nadie le enseña formas de hacerlo que sean adecuadas para él, también
puede llegar a pensar que jamás podrá controlarlo.
Cómo idea general,
deberíamos hacer lo posible por que las personas no tuvieran que sentir-se
indefensas frente a aquello que les sucede, y ayudarles a generar estrategias o
soluciones; por ejemplo, en el caso de los problemas de aprendizaje las
reeducaciones pueden ayudar mucho, y en el caso de los problemas de
comportamiento, las terapias psicológicas pueden enseñar los recursos
necesarios tanto a los niños cómo a sus familias. Ante cualquier duda siempre
es mejor consultar cuanto antes, ya que si no es necesario no se debería
iniciar ningún proceso terapéutico y si sí lo es, es mejor cuanto antes se
inicie.
Me gusta mucho este
vídeo que demuestra en muy poquito tiempo, los efectos de la indefensión
aprendida en adolescentes. Espero que os guste.
Aunque en mi
descripción me baso más en la infancia y en el vídeo en la adolescencia, la
indefensión aprendida puede estar presente en todas las etapas de nuestra vida.
Algunos adultos aún tienen algunas cosas que les limitan, algunas cosas de las
que no se creen capaces, algunos límites creados en su mente y que no se
atreven a superar.
Comparto también un
cuento que habla sobre
esto, a mí me encanta, espero que lo podáis disfrutar también mucho.
Anaïs Cerrillo.
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